Una habitación llena de joyas y trastos

Ilustración de Kostabi.

Hay una gran mentira que todas nos hemos tragado, te la tragaste tú, se la tragaron tus padres, se la tragaron tus abuelos, tus bisabuelos y puedes seguir tirando de la línea. Del mismo modo en que los corredores se van pasando el testigo de uno a otro en las carreras de relevos sin reparar en el mismo testigo, así nos hemos ido pasando esta mentira de una generación a otra.

 

“NO TIENES DERECHO A EXISTIR DE LA MANERA EN QUE ERES; ASÍ QUE PARA VIVIR TIENES QUE CAMBIAR QUIEN ERES”.

 

Por supuesto, nos tragamos muchas otras mentiras a lo largo de nuestra infancia y de nuestra vida en general, pero para mí esta es la más jodida, la que más problemas nos ha traído, la que más problemas nos sigue trayendo, y la que más problemas les traerá a aquellos que nos sucedan, como por ejemplo nuestros hijos e hijas.

 

La mentira nos la tragamos sin miramientos, sin cuestionarla ni un ápice, así que se instaló en nosotras en forma de creencia. Y aquí viene lo irónico de ello: esto que nos tragamos, que no tenía nada de cierto, terminó convirtiéndose en una verdad absoluta, una verdad que a día de hoy incluso estamos dispuestas a defender hasta la muerte. Así que todas llevamos en nuestro interior la idea de que en esta habitación no hay espacio para nosotras tal cual éramos, tal cual llegamos al mundo y nos íbamos haciendo a nuestra medida.

 

¿Y qué ocurrió entonces? Forzamos todo nuestro organismo para cambiar como éramos con la intención de adaptarnos al entorno, a lo que el mundo (la familia, la sociedad) nos pedía que fuéramos. Es decir, dejamos de vivir el mundo desde la libertad que otorga la propia experiencia, para empezar a vivir a partir de la interpretación del mundo, de la vida, de cómo deberían de ser y hacerse las cosas, o de como deberías de ser y hacer las cosas, según un otro.

 

Como digo, hay personas, muchas personas, que viven su vida aferrándose a esas mentiras que terminaron siendo sus verdades absolutas. Lo podemos ver expresado de mil y una maneras: personas reprimiendo su sexualidad para no parecer sucias, personas sosteniendo sus lágrimas para no parecer débiles, personas queriendo ser perfectas para las demás, personas callando su necesidad para no molestar, personas bombardeando a otras por lealtad a su país o a su religión, personas que maltratan a otras para no tocar su propio dolor, etc.

 

La mentira de que no hay suficiente espacio en esta habitación para una misma tal y como es, no solo nos daña a nivel personal. Como vemos, el daño colateral alcanza a nuestro vecino, a nuestra familia, a la sociedad, a nuestra especie, a otras formas de vida, al mundo entero. Porque debemos entender que una persona que no se permite a sí misma ser quien es, tampoco permite que las demás personas sean tal y como son. Por eso digo que todas estamos heridas en alguna parte de nuestro ser, y una persona herida, consciente o inconscientemente, herirá a otras personas.

 

A mi modo de ver, solo hay dos verdades absolutas. La primera, es que todas nacemos. La segunda, es que todas morimos. Todo lo que hay entre la primera y la segunda verdad, es una increíble variabilidad de posibilidades y maneras distintas de vivir la vida. Si abrimos los ojos, claro. Y con abrir los ojos me refiero a ampliar nuestra consciencia, a explorar todas aquellas cosas que para nosotras resultan ser una verdad y ponerlas en duda, cuestionarlas: ¿hasta qué punto es cierto que tengo que vivir mi vida haciendo de marioneta de las demás? ¿Hasta qué punto es cierto que tengo que estar con alguien que en realidad no me sienta bien? ¿Hasta qué punto es cierto que mi religión, que mi Dios, que mis creencias, son mejores que el tuyas?

 

Hay que dejar de querer que el otro cambie, que el otro sea como yo quiero que sea, que se comporte como yo quiero que se comporte, que piense lo que yo quiero que piense. Hay que abandonar esta intención de querer cambiar al otro, porque en el momento en que nos rendimos y dejamos que el otro sea tal cual es, nos estaremos dando permiso a nosotras mismas para ser tal y como somos. Nos permitiremos vivir un poco más, nos permitiremos ampliar nuestra experiencia de lo que realmente significa estar viva, de lo que significa vivirme a mí misma con plenitud. Llevo escuchando a mi madre toda la vida decirle a mi padre que deje de fumar. Llevan juntos desde los dieciocho años y tienen sesenta y tantos. Mi padre sigue fumando, y mi madre sigue incordiándole. Yo estuve incordiando a mi ex-pareja con que me dejara ser más libre, mientras ella se esforzaba por que yo fuera un hombre ejemplar. Ninguna de las dos resultó ser exitosa. Lo veo en otros familiares, en amigos y amigas, en personas que pasan por mi consulta: gente queriendo cambiar a las demás porque no se ajustan a su versión del mundo, cuando lo que late debajo de todo ello es la propia incapacidad de aceptarse a sí mismas.

 

Pues bien, añado mi tercera y cuarta verdad absoluta: no puedes cambiar a nadie, y solo puedes cambiarte a ti misma. Y las personas que estéis leyendo este artículo, y hayáis leído uno de mis artículos anteriores que se titula “la maldición de querer cambiar”, diréis: what the fuck, ahora se contradice. Y sí, a veces me contradigo, pero este no es el caso. Cuando aquí digo que solo puedes cambiarte a ti misma, me estoy refiriendo a que si dejas de darte el coñazo con que debes ser de tal o cual manera, es muy probable de que tengas la posibilidad de poder ir abrazando todo aquello que se está, y que te estás, perdiendo. Y entonces, tu estar en el mundo, cambiará. El cambiar no es la motivación, sino la integración de todo aquello que conforma el espécimen humano que eres.

 

Nada más por hoy. Añadir quizás que, si llegamos a este mundo, y llegamos de la manera en que lo hicimos, sea cual fuera, es porque en esta habitación hay espacio para todos los trastos y las joyas que cada una de nosotras llevamos dentro.

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