La maldición de querer cambiar

Desconozco quien es el atuor de la obra.

A día de hoy, la idea de querer cambiar como soy me parece otra maldición más de nuestros tiempos. Conozco a muy pocas personas que no quieran cambiarse a sí mismas, o que no quieran cambiar, por lo menos, alguno o varios aspectos o de las características que las conforman. Hay algunas que si les pregunto me dirán que no, que ellas no quieren cambiar y que están muy bien con como son. Sin embargo, se pasan el día intentando cambiar a quien tienen a su alrededor, o experimentan una frustración que no saben sostener cuando las cosas no salen como querrían y, eso, es prácticamente lo mismo que querer cambiarse a uno mismo.

 

La idea, o el deseo, de querer cambiar, expresa mi dificultad o incapacidad de aceptarme tal y como soy, o mejor dicho, como estoy siendo ahora mismo, ya que como dice Paco Sánchez, “no soy, sucedo”. Sin apenas darme cuenta, me voy quedando embarrado en el terreno pantanoso de los deberías: deberías de ser más bueno, deberías de ser mejor, deberías de ser más amable, deberías de ser más eficiente, deberías de ser más alto, más independiente, más guapo, más conciso, más servicial...

Los deberías son aquellas voces que de pequeño me tragué sin masticar, sin ver qué sabor tenían, si eran buenas –literalmente– o no para mí. A partir de esas voces fui diseñando el ideal de quién debería de ser y, desde entonces, tomo las decisiones que tomo, pienso de la manera en que pienso, digo lo que digo de la manera en que lo digo y hago lo que hago en la forma en que lo hago, para vivir acorde a ese ideal, para cumplir con esa imagen. Y cada vez que no cumplo con ella por el motivo que sea, siento que le estoy fallando a algo o a alguien y entonces me siento poco merecedor, poco digno.

 

A veces es difícil darse cuenta de los deberías. Llevamos tanto tiempo conviviendo con estas voces que nos parece que son nuestra propia voz. Por ejemplo, una persona me cuenta que no está bien consigo misma porque cree que debería de ser más independiente y no lo está logrando. No sé da cuenta de que el hecho de que no está bien consigo misma no es debido a que no logre ser más independiente, sino que, entre otras cosas, es debido a que no acepta que, en ciertos menesteres, depende de algo o alguien. Es decir, lo que me jode no es no llegar, sino el conflicto interno que se produce cuando me digo que tengo que llegar cuando la realidad es que no estoy llegando.

 

En nuestra manera de vivir, las personas estamos más en contacto con lo que debería de ser más que con lo que es, o está siendo. Así que estamos cargados de conflictos internos que intentamos resolver con la idea del cambio: “si me deshago de esto de mí, entonces estaré en paz, tranquila, contenta, feliz”. Ante esto, una persona que sufre de ansiedad podría decirme que me vaya a tomar por culo, que ella quiere cambiar, porque vivir así es un infierno. Y lo es, porqué visité ese infierno con frecuencia durante años, no obstante, querer cambiar no me sacó de ahí ni un centímetro. Porque querer cambiar algo de mí o algo que siento es en la mayoría de los casos una forma de huir de lo que no sé, o no quiero, aceptar.

 

Entonces, ¿qué hago? Me pongo de ejemplo: hay situaciones ante las cuales me pongo celoso. Durante un tiempo intenté cambiarlo, cambiarme, intentaba no ser celoso, intentaba no ser yo, pero no había manera. Lo que me ayudó fue darle espacio a los celos. Lo primero fue dejar de mentirme a mí mismo y reconocerme en ello, en que hay ocasiones en las que me siento celoso. Dejar de intentar cambiar redujo en gran parte mi frustración. Al permitirme ser así, algo se puso en paz dentro de mí, y lo cierto es que mi nivel de celosía también se redujo de manera considerable. Lo segundo fue que, al darme permiso para ser así, pude empezar a trabajar con ello. ¿Mis celos, al servicio de qué están? ¿Para qué me sirven? ¿Cómo me relaciono con ellos? Al final de esas preguntas me encontré con otras cuestiones, con asuntos que habían quedado desatendidos, que de otra manera quizás no habría descubierto. Así que me ayudó a conocerme más a mí mismo.

Quizás te preguntes si he dejado de ser celoso. La respuesta es no: algunas veces lo soy, y otras veces no, igual que antes. ¿De qué me ha servido, pues? Principalmente, para estar en paz conmigo mismo, con esa parte de mí. Ya no existe un conflicto interno respecto a ello y me siento liberado de uno de mis tantos deberías. Eso es algo de lo que ha cambiado. Otra cosa es que ya no doy por culo a mi pareja porque me hago cargo de lo que me sucede. Puedo expresarle mi necesidad, pero ya no hay una exigencia hacia ella de que haga o no haga según qué.

Sin embargo, todo este proceso que acabo de explicar en diez líneas no ha sucedido de la noche a la mañana. Aceptarse a uno mismo tal cual es conlleva tiempo. ¿Cuánto? No lo sé. Lo que sí sé es que implica sostener cierto nivel de incomodidad, de escozor, de dolor, antes de hallar la gracia de descansar en la propia verdad.

 

¿Qué ingredientes nos hacen falta per llevar a cabo la tarea de aceptarnos a nosotros mismos? Para empezar, necesitaremos grandes cantidades de paciencia, de compasión, de ternura, de cuidado, así como una mirada amorosa hacia uno mismo, hacia la propia historia y lo vivido. Todos estos ingredientes no se obtienen ni cultivan estando solos. Necesitamos la mirada apreciativa del otro, alguien que sea capaz de bendecir aquello que nosotros intentamos desterrar de nuestra alma y nuestro cuerpo. Estoy refiriéndome a la figura de un terapeuta, o un maestro, o un formador (también en femenino, por supuesto), más que de un amigo, una amiga o una pareja. En este camino necesitamos tener alguien al lado que haya hecho parte de su propio trabajo, que sea conocedor de sus heridas, de sus deseos frustrados, de sus inercias y tendencias. Por supuesto que también tendrá sus cosas pendientes, no será perfecto ni perfecta. Lo que me parece importante es que se sienta en paz con su imperfección, porqué eso es lo que más nos va a ayudar.

Por otro lado, habrá que hacer un trabajo que rompa la cadena de asociaciones a través de la cual vamos haciendo asociaciones: si me pasa esto es porque tal… Estas asociaciones nos impiden llevar la atención a lugares del propio cuerpo y el sentir que necesitamos para reordenar el ser en el que estamos constituidos. Es decir, se trata de un trabajo atencional y corporal que nos permitirá conocernos más allá de las ideas y la imagen que tenemos de nosotros mismos, esa imagen que está formada por deberías y que tiene muy poco que ver con nosotros.

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