Hombres desconectados

Ilustración de Rokas Aleliūnas.

Opino que una de las fuentes principales de los problemas psicológicos, sociales y ambientales con los que lidiamos hoy en día, es debido a que los hombres –y las mujeres también, solo que quizás en menor medida–, nos hayamos alejado tanto de nuestra parte más humana, de nuestros instintos y del ser más primitivo que llevamos dentro. A lo largo de la historia, hemos ido perdiendo el contacto y la conexión con la naturaleza, y esto, nos ha llevado a alejarnos también de nosotros mismos.

 

Durante miles de millones de años, los hombres salimos a buscar alimento, salimos a cazar, a buscar agua, cobijo, etc., y no lo hicimos solos, sino en compañía de otros hombres, nuestros hombres, que eran nuestros abuelos, padres, hermanos, hijos y compañeros, para poder sobrevivir a los acontecimientos con los que la vida nos sorprendía. Salíamos de nuestras cavernas y nos adentrábamos en la naturaleza salvaje. Entonces, estábamos en pleno contacto con nosotros mismos y con el entorno. Teníamos los sentidos despiertos, y “bien” desarrollados; podíamos seguir el rastro de un animal con nuestro olfato; éramos capaces de ver huellas en el lecho del bosque; sabíamos cuando llovería a partir de los cambios de temperatura; distinguíamos el graznido de un águila del graznido de un halcón; cuando algo nos dolía, dejábamos que nos doliera, cuando nos sentíamos enojados, nos enojábamos, cuando nos sentíamos alegres, nos alegrábamos.

 

Hace muchos años ya que los hombres del primer mundo nadamos en la abundancia. Quien más quien menos tiene todo lo necesario, y algunos un poco más. Hoy vivimos en casas con calefacción central, ya casi nadie enciende un fuego para calentarse o cocinar. La mayoría trabajamos encerrados entre muros de hormigón, hierro y cristal. Algunos pocos vamos al gimnasio, para estar en forma, también entre hormigón, hierro y cristal. Luego, llegamos a casa, agotados, nos alimentamos a base de procesados, ponemos los críos a la cama, nos tumbamos en el sofá con nuestra pareja, encendemos la tele y nos enchufamos a Netflix. Y no nos enchufamos para tener un rato placentero, sino para evitar sentir el desasosiego, la frustración, la insatisfacción y el desamparo que nos produce este estilo de vida.

 

He escuchado a muchísimos hombres quejarse de que no están satisfechos de su vida en pareja. Están aburridos, cansados de la rutina y la monotonía, su pareja ya no les pone cachondos, no les atrae, y les interesa más lo que hay allá fuera. Y aunque hay distintos factores en estos menesteres, opino que uno de ellos, y muy grande, es que durante millones de años nuestra manera de vivir fue muy distinta a la de ahora. La conexión con uno mismo, con el grupo y con el entorno, favorecía que nuestros vínculos fueran sanos en su mayoría. Pero el habernos alienado de todo ello se ha tragado nuestro deseo genuino de compartir, de estar también para el otro. Hemos perdido el deseo espontáneo de que el otro sea feliz más allá de nuestros intereses personales. Y esto no solo afecta las relaciones de pareja, también podemos observarlo en la relación paterno-filial. Antes, los padres, y no solo los padres sino el grupo de hombres de la tribu/comunidad, acompañaba a los hijos en sus procesos vitales. Les acompañaban de la cueva al mundo exterior a través de distintos ritos y rituales de paso. Pero los ritos y rituales también han desaparecido, y ahora, a lo sumo, tu padre te lleva de casa al colegio o al instituto.

 

Al mismo tiempo, esta pérdida de contacto con la naturaleza ha originado los grandes males de nuestra historia, males como la desigualdad, la violencia, el abuso, el maltrato, las guerras, los infanticidios, la xenofobia, la homofobia, el racismo, la explotación, la esclavitud o el exterminio entre muchos otros. Ahora los hombres miramos a otros hombres y ya no vemos en ellos a nuestros iguales, a nuestro abuelo, a nuestro padre, hermano, hijo, compañero de viaje. Ahora miramos a otros hombres y vemos en ellos rivales, seres con los que nos comparamos y con los que debemos competir para tener lo nuestro, si queremos sobresalir, si queremos tener éxito. Competimos con hombres que ni siquiera conocemos, que no sabemos de dónde vienen, cuál es su origen o lo que han vivido. Es el juego absurdo de a ver quien la tiene más grande.

 

Así que la colaboración, el compañerismo, el cuidado, la dulzura, la compasión, el cariño, la admiración y el amor de hombre a hombre también se están perdiendo. Nos avergüenza sentir afecto hacia otro hombre, nos dan miedo los abrazos y las caricias, mostrarnos atentos, cuidadosos, tiernos, delicados entre nosotros. Nos da miedo confesar nuestros miedos, nuestras dudas, pedir ayuda, sentirnos vulnerables, mostrar nuestra tristeza, dejar ir nuestras lágrimas ante la presencia de otros hombres. Y todo esto está totalmente normalizado. Así que, ¿cómo no vamos a estar jodidos los hombres? ¿Cómo no vamos a ser capaces de infligir tanto dolor en el mundo? ¿Cómo no vamos a convertirnos en abusadores, en seres violentos, capaces de despreciar al prójimo, de oprimir a otros hombres y mujeres, de abusar de nuestros hijos? ¿Cómo no vamos a ser los principales causantes de todas las guerras habidas en el mundo, de la explotación humana, de la esclavitud, si llevamos siglos oprimiéndonos a nosotros mismos, reprimiendo nuestra libertad de ser?

 

El dolor que produce la desconexión con uno mismo, y con los demás, pocas veces se percibe como dolor. Puesto que nuestra capacidad propioceptiva –darnos cuenta de lo que sentimos– está totalmente cancelada, apenas nos percatamos de lo que ocurre en nuestro interior. Desde tiempos remotos venimos anulando este dolor generación tras generación, y esto ha hecho que el dolor quede completamente desatendido. El problema de no atender el propio dolor es que lo proyectamos y descargamos en el mundo, en el entorno, en el otro, en forma de críticas, juicios, acusaciones, moralismo, violencia, abusos, etc. Y esto es lo que nos está llevando a la autodestrucción de nuestra especie de manera desenfrenada. Sin embargo, tengo la certeza de que nunca es tarde para responsabilizarnos de ello y hacer algo al respecto.

 

Quizás creas que tú has salido indemne, que nada de esto te ha tocado, que estás libre de taras, que eres un hombre nuevo, distinto, que no eres como tu padre, o como el imbécil de tu vecino, sino que eres, por supuesto, mejor que ellos. Pero, te guste o no, si hoy estás aquí, formas parte de todo esto. Puede que nunca hayas matado una mosca, que seas un bonachón, o que tus padres te criaran de manera respetuosa, sin embargo, eso significa que estés exento de responsabilizarte de tu parte para con el mundo. Además, lo cultural nos afecta a todos, no podemos escapar de los códigos y las leyes por las que se rigen las sociedades y, desgraciadamente, llevamos siglos viviendo en sociedades opresoras. Así que como todos los demás, estás herido en alguna parte, porqué la vida, aparte de darnos cosas tremendamente hermosas, también nos hiere, y un hombre herido, como cualquier otra persona herida, inevitablemente va a herir otros, consciente o inconscientemente.

 

Parte de lo que hago en mi vida es dedicarme a acompañar a otras personas a reencontrarse consigo mismas, a redescubrir aquello de lo que están hechas, a acercarse a sus sensaciones, a sus emociones, a su cuerpo, a sus deseos, a sus necesidades. Las acompaño a dejar de lado todos aquellos deberías, todas aquellas creencias limitantes que no les permiten ser libres de escogerse cada día. En pocas palabras, las acompaño a darse permiso para ser quien son, y a sentirse en paz con ello. Dedicarme ello también me permite a mí restablecer esa conexión conmigo mismo, estando más en paz con lo vivido, pudiendo descansar en el placer de ser quien soy.

 

Algunas de mis propuestas terapéuticas están dirigidas específicamente a los hombres. El trabajo que propongo tiene distintos formatos, pero todos tienen la intención de ampliar la propia consciencia, de despertar a nuestros sentidos, de que podamos entrar en contacto con nuestras emociones, nuestro cuerpo y nuestros instintos, sin sentirnos amenazados, intimidados o avergonzados por ello. Es un tipo de trabajo que no solo tiene en cuenta lo cognitivo, sino también lo emocional, lo corporal y lo espiritual en cada uno. He comprobado en mí mismo, y en aquellos hombres con los que he trabajado o compartido proceso, que reapropiarnos de las cualidades que nos caracterizaban antes de caer en esta alienación y desconexión, puede ayudarnos a ser más libres de la opresión sociocultural, así como de aquellos mandatos familiares a partir de los cuales nos regimos y tomamos muchas de nuestras decisiones. En definitiva, es un trabajo para contactar con nuestro ser más esencial, recuperar todas sus capacidades y convertirnos así en hombres más completos, más humanos. Creo que haciendo este trabajo nos estamos responsabilizando de nuestra parte para que este mundo en el que vivimos sea más habitable y acogedor para todos y todas.

Te invito a pasearte por mi web si quieres saber un poco más acerca de esta propuesta o algunas otras.

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