El arte de la manipulación
Obra de Frank Vidal.
Hay muchas personas pululando por el mundo con la loca idea de que, de algún modo, pueden existir sin ser dependientes de algo o alguien, siendo lo que llamaríamos autosuficientes, sin apenas darse cuenta del sufrimiento y la frustración que tal aspiración conlleva. Yo mismo, en el tiempo en que me lo estuve creyendo, las pasé canutas autotorturando con tal exigencia. A día de hoy no tengo ninguna duda de que semejante cosa es imposible.
Gran parte de la filosofía de la terapia Gestalt gira en torno al concepto del autoapoyo, es decir, aprender a sostenerse a uno mismo y lo que le sucede, sin apoyarse tanto en el entorno. La idea de desarrollar un autosoporte, o un autoapoyo, muchas veces se confunde con la creencia de la autosuficiencia. Del mismo modo, seguro que en tu vida te habrás encontrado con fantásticos consejeros que te habrán dicho que deberías de ser más autosuficiente, o por lo menos, que deberías de aprender a no depender de nadie. Y creo que a hace falta matizar un poco más este concepto para que no nos lleve a esta creencia de que algún día, si nos esforzamos lo suficiente, podemos llegar a ser cien por cien autosuficientes.
Para mí es importante enfatizar que tiene que existir un equilibrio entre el autosoporte y el uso del soporte ambiental (el entorno, el medio, los demás). Si soy capaz de hacer algo por mí y para mí –y podríamos ir desde lo más básico como respirar, comer, cagar, caminar, hasta algo más complejo como vestirme, conducir un vehículo, cocinar, darme placer del modo que sea, etc.–, me siento confortado al saber que puedo proporcionarme aquello que me lleva a sentirme satisfecho. Es decir, satisfacer aquellas necesidades que puedo satisfacer por mí mismo me permite darme cuenta de que soy capaz de sostenerme en distintos aspectos, situaciones o circunstancias.
Por otro lado, también puedo satisfacer algunas de mis necesidades aprovechándome, o tomando, del entorno (algo, o alguien) cuando yo no puedo hacerlo por mí mismo. Por ejemplo, si quiero viajar a Hong Kong necesitaré un avión, un piloto, los trabajadores del aeropuerto, etcétera. Otro ejemplo podría ser cuando le pido a alguien que me ayude a subir un sofá del Ikea a un quinto piso sin ascensor. Por otra parte, también tenemos esas situaciones en que si bien puedo satisfacer mis necesidades por mí mismo, puedo querer que las satisfaga otro, como por ejemplo cuando le digo a mi pareja que me apetece que me haga una felación, que me de un masaje, o si ella prepara la cena esta noche.
Ahora bien, ¿con qué nos encontramos en la actualidad? De algún modo nos hemos convertido en seres bastante inútiles en cuanto a autosoporte nos referimos. Lo que la gran mayoría hemos aprendido es a convertirnos en unos artistas de la manipulación del entorno. ¿Para qué? Para no responsabilizarnos de nosotros mismos de lo que nos corresponde. Algunos somos conscientes de este arte en el que nos hemos especializado, otros no lo somos tanto, y hay otros que no tenemos ni la más remota idea de que tenemos un máster en ello. El hecho es que esta conducta, sea consciente o inconsciente, nos ha convertido en una especie de falsos paralíticos: vamos por la vida en “silla de ruedas” cuando en realidad tenemos dos piernas que funcionan de maravilla, o por lo menos mucho mejor de lo que nos contamos.
Llegados aquí, lo que a mí me parece que nos es conveniente investigar, es hasta qué punto necesito andar con muletas, hasta qué punto necesito apoyarme en el entorno. Y no entro en moralismos de si alguien es mejor o peor persona por sacar provecho del entorno. Estoy hablando de que es importante descubrir hasta qué punto puedo valerme por mí mismo, y cuándo, y cuánto, necesito contar con el soporte ambiental, y de cuándo hago uso de mis artes manipulativas.
Por qué me parece importante: primero, porque puede que te sorprendamos al descubrir que somos capaces de hacer mucho más por nosotros mismos de lo que hacemos, que tenemos habilidades y capacidades que creíamos no tener, y eso, nos lleva a desarrollar una mayor confianza en nosotros mismos que luego podemos trasladar a distintas áreas de nuestra vida. Segundo, porque el soporte ambiental al que te agarramos podría no ser bueno para nosotros –y aquí podríamos apuntar a relaciones susodichamente tóxicas, no solo de pareja sino también familiares y amistosas, o trabajos de mierda, o cualquier rol social al que estemos jugando. Y tercero, porque descubriremos que tenemos muchas más opciones a nuestro alcance de las que creíamos tener para manejarnos en distintas situaciones. Pongo un ejemplo:
María había vivido en casa de sus padres toda su vida. En casa, siempre cocinaba su madre. Llegó un día en que María decidió independizarse. En su “independencia”, lo único que comía era comida preparada, como mucho, la sacaba del envoltorio para meterla en un plato y de ahí al micro-hondas. Pero un domingo, al abrir la nevera, vio que no le quedaba nada preparado. ¡Mierda! ¡No! ¡¿Qué voy a hacer?! A María se le cayó un poquito el mundo encima. Salió a la calle en busca de algún sitio, pero todo estaba cerrado. Para su sorpresa, descubrió que delante de su casa tenía uno de esos supermercados que abre todos los días. Sin más remedio, entró. En las estanterías vio algunas cosas que no había visto antes: puerros, zanahorias, pimientos... En realidad sí las había visto, solo que cocinadas. Resopló en un gesto de abatimiento y se rindió a la situación. Sacó el teléfono y llamó a su madre. Primero lloró un poco y, al recomponerse, le preguntó por una de sus recetas. Su madre le dio una lista de los ingredientes y de cómo cocinarlos. María compró algunas cosas y subió a casa. Con un poco de ayuda de su compañera de piso –y un par más de llamadas a su madre–, María logró cocinarse un plato. Lo llevó a la mesa, se sentó y comió. No era como el de su madre, pero... ¡le gustó! María se sintió satisfecha de sí misma (incluso lo publicó en Instragram). ¿Sabéis qué hizo el día siguiente? No, no bajó al súper y se cocinó otro plato: se fue a su take away favorito. Sin embargo, ahora sabía que si algún día quería o necesitaba cocinar algo, estaba capacitada, quizás no para un risotto de setas, pero sí para algo que le llenara la tripa.
Si nos permitimos descubrir lo que podemos y lo que no podemos hacer, aumentan nuestras posibilidades de convertirnos en personas más completas y más satisfechas consigo mismas. De no hacerlo, corremos el riesgo, como digo, de fundirnos con el entorno en el cual nos apoyamos y perdernos a nosotros mismos. Corremos el riesgo de desarrollar la creencia de que únicamente podemos existir si existe el soporte que nos proporciona tal entorno (ese trabajo, esa casa, esa relación, ese dinero, ese rol social...). Podemos decidir apoyarnos en el entorno como María se apoya en su comida preparada, sin embargo, hay que poner en duda la idea, si la hay, de que sin la comida preparada dejo de existir.
Como decía, somos unos artistas de la manipulación, pero el máster no lo hemos hecho únicamente en la manipulación del entorno, del otro, sino que también somos expertos en manipularnos a nosotros mismos. Y la mayoría sin percatarnos de ello. Nos persuadimos a nosotros mismos, nos sugestionamos de mil maneras distintas para no tomar contacto con la realidad que va más allá de la realidad que nos estamos contando. María creía que era incapaz de cocinar. Pedro se compraba a sí mismo la idea de que tenía que ser totalmente libre. Olga se contaba a la historia de que necesitaba a hombres que la trataran mal. Para respaldar esas ideas, estas personas tenían que manipularse a sí mismas con mentiras, juegos psicológicos a los que todos jugamos para no perder nuestro status quo, nuestra comodidad incómoda.
Pero sigamos avanzando en el tema. Cada uno de nosotros no solo funciona como individuo que toma del entorno, sino que también formamos parte del entorno de alguien. Hay personas que se apoyan en nosotras para obtener su satisfacción. Eso, a veces, puede resultar hermoso. Por ejemplo, ahora me viene a la mente todas las veces en que mi hijo se apoya en mí cuando lo necesita, y me alegro y me pongo feliz de que así sea. O también me alegro con el recuerdo de haber podido ayudar a algún familiar, amigo o paciente en algo en lo que se sentía perdido, y en lo que yo podía servirle. Otras veces, he sentido que otras personas se apoyaban en mí no porqué no pudieran sostenerse a sí mismas, sino porqué no querían hacerlo por sí solas, porqué habían aprendido que es menos incómodo aprovecharse del entorno que sostenerse a una misma. Ante esto último, lo que veo que ayuda es transparentarse con una misma y con el otro, ver hasta qué punto se trata de una mera manipulación y hasta qué punto hay una necesidad genuina de apoyo externo. Porqué en unas ocasiones puedo estar de acuerdo con que se apoyen en mí, y en otras puedo no estarlo.
Todas tenemos nuestras debilidades, nuestras flaquezas, puntos ciegos que no vemos de nosotras mismas, así que es muy fácil que una persona que haya aprendido a cuidar de los demás a toda costa, termine siendo el “entorno” predilecto de una persona que ha aprendido que solo tiene que tomar sin dar nada a cambio, sin tener en cuenta en quién o en qué se está apoyando. De hecho, si observamos la manera que tenemos de vivir, sobre todo en el primer mundo, veremos que todas somos bastante parasitarias (si cabe la palabra): estamos tomando del entorno más de lo necesario, y sin apenas dar nada a cambio. Estamos agotando los recursos que el planeta nos ofrece sin reparar demasiado en él, sin tenerlo en cuenta, sin querer modificar lo más mínimo nuestra conducta. ¿Por qué? Porqué el autoapoyo, aunque nos brinde esa sensación de valor propio, conlleva aprender a sostener cierto nivel de incomodidad, por lo menos al principio, ya que siempre será más cómodo ir al supermercado a por patatas que levantarse a las cinco de la mañana para ponerse a trabajar la tierra cada día.