Instinto de agresividad

Fotografía de Jacques-Henri Lartigue.

Un instinto no puede ser reprimido, lo que reprimimos es su expresión, su manifestación. ¿Cómo aprendimos a reprimir la expresión del instinto? Más o menos así: apenas siendo un crío, estabas jugando con algo, pon que un juguete, y entonces, en tu curiosidad genuina de niño o niña, de pronto quisiste ver qué ocurría si estampabas el juguete contra el suelo. Entonces, tu padre o tu madre te reprendió por ello: "no hagas eso… vas a romperlo… estropearás el suelo…" o cualquier cosa parecida. Que reprimieran tu curiosidad te molestó, y quizás diste un par de golpes más a ese juguetito. Así que tu padre o tu madre se levantó, vino hacia ti, y te quitó el juguete de las manos: "te he dicho que no". Eso si tuviste suerte, claro, porque alguno, además de perder el juguete, se ganaba una colleja. Entonces, lloraste, o gritaste, o hiciste ambas cosas a la vez, algo completamente natural pero que sin embargo, probablemente volviste a ser reprendido por ello.

 

Esta es una manera muy común en la que aprendemos a reprimir la expresión de nuestro instinto de agresividad. Por supuesto, hay muchas otras. Algunas personas, al leer esto, se preguntarán que qué tiene de malo que un padre o una madre le diga a su hijo que dejé de darle golpes con un juguete. Probablemente piensen que a ese niño o esa niña hay que enseñarle que hay que comportarse, que hay que ser bueno, que las cosas no se tienen que romper, que hay que hacer caso a lo que dicen los padres y, sobretodo, que tiene que aprender que la agresividad es mala. De hecho, probablemente piensen que le están poniendo límites, algo que es muy necesario. Y aquí es donde todo se tuerce, porque esa es una de las falacias más grandes que existe y por la cual nos regimos en la mayoría de las sociedades. Pero antes de continuar por aquí, quiero volver a ese momento en que acabas de reprimir tu agresividad.

 

¿Qué sucede en ese momento? Pues que empezaste a hacer asociaciones: A + B = C. Poco a poco fuiste apagando tus sensores, dejaste de prestarle atención a tu instinto, desconectándote de él, silenciándolo, ¿por qué? Porqué molestaba a papá y mamá, y todo lo que molesta a papá y mamá es algo de lo que un niño se tiene que deshacer, algo de lo que se tiene que desvincular, algo de lo que se tiene que desmembrar (y no exagero, es un desmembramiento, a nivel psicológico tiene el mismo efecto, sino peor, que perder un dedo o una mano), porqué si no soy bueno, si no soy buena, papá y mamá me rechazarán, y siendo niño, no puedo convivir con el rechazo. Para un niño el rechazo equivale a morir. Sin el abrazo, el cobijo, el amor de los padres, un niño no puede sobrevivir, y ese conocimiento, esa información que está al servicio de nuestra supervivencia y desarrollo humano, está impresa en cada célula del cuerpo.

 

Para un crío, los padres son los representantes del mundo. Infinidad de estudios demuestran que durante nuestros primeros años de vida vivimos el mundo a través de nuestros padres, sobretodo de nuestra madre. Así que ella, ellos, son el mundo. Yo, como niño, nos sé discernir, no puedo entender que cuando mi padre me está reprendindo está únicamente reprendiendo mi conducta, mi comportamiento, porqué como niño, soy lo que hago. Por lo tanto, si reprimen mi comportamiento, si siento que rechazan algo de lo que hago, siento que están rechazando todo mi ser. Con tres, cuatro, cinco años no tengo todavía la capacidad para entender que mi padre está siendo un “ignorante”, ignorante en el sentido de que no sabe que reprimiendo la expresión de mi agresividad se está cargando con ello mi capacidad para poner límites, para cuidarme, para decir esto sí, esto no, para tener una autoestima sana... Por eso decía que, en el momento en que estaban reprimiendo esa agresividad con el juguete, no me estaban ayudando a aprender lo que son los límites: me estaban enseñando lo que es el autoritarismo a partir de un código moral extendido, que es que hay que ser bueno y no hay que romper cosas. Aunque la verdad que se esconde detrás de esto es, en mi opinión, que muchos padres y muchas madres no quieren que sus hijos molesten. Piensa ahora en cuántas veces, tú, siendo niña, niño, viviste esta situación. Estoy seguro de que no puedes contarlas. Y si no puedes recordar ninguna, no apostaría a que es porqué no las hubiera. Créeme, esto te ha pasado. Si no las recuerdas es porqué probablemente estarán en el desván de tu memoria, donde guardamos todo lo que es demasiado doloroso recordar.

 

Cuando digo que se tuerce la cosa en ese momento es porqué los adultos tenemos una confusión muy grande respecto a la agresividad: confundimos agresividad con violencia. Y esto es una gran cagada. Agresividad viene del latín «ad-gredior» que significa ir hacia. La agresividad es el impulso que nos lleva a contactar con la vida. Es más, la agresividad está al servicio de la vida, sin ella no podríamos nacer, no podríamos venir al mundo. Es el impulso que nos lleva a movernos. Por lo tanto, es de vital importancia estar en contacto con él. En los casos más extremos en los que se ha perdido el contacto con el instinto de agresividad, la persona se encuentra en un estado depresivo. De hecho, la depresión es resultado, en gran parte, de no disponer de un buen contacto con el instinto de agresividad: no hay energía, no hay impulso para dirigirse hacia la vida, al contrario, lo que hay es una sumisión. Cuanto más reprimamos este instinto, más papeletas tendremos para convertirnos en personas depresivas, si mas no, en personas que tienen poca energía para establecer unos límites, unos parámetros y unas fronteras que nos provean de autocuidado.

 

Así pues, ¿para qué sirve más concretamente el instinto de agresividad? Como he dicho, para nacer, para salir del útero de nuestra madre hacia el mundo exterior. ¿Habéis visto cuando la comadrona deja el bebé recién nacido sobre el vientre de su madre y éste repta por su cuerpo hasta dar con el pecho? Eso es agresividad en estado puro. ¿Y cuando se enchufa en el pezón y empieza a succionar? Agresividad en estado puro. La agresividad está en el llanto para darnos a entender, para pedir que nos alimenten, que nos cambien, para decir que tenemos sueño, etc. La agresividad está para conseguir alimento, para conseguir cuidado, descanso, ternura, cariño... Sin agresividad tampoco tendríamos relaciones sexuales. La penetración es un impulso agresivo, el crecimiento proviene de un impulso agresivo. La agresividad es la capacidad de ir a por lo que se necesita para lograr un estado satisfacción. Fritz Perls decía que la agresividad es el instinto más primitivo de todos, un instinto animal que permite proveer la propia supervivencia y que su objetivo no es, en absoluto, herir, dañar o destruir a nada ni a nadie, sino todo lo contrario. Así, es la capacidad que nos permite cuidarnos, querernos a nosotros mismos, velar por nuestro bienestar y tener cura también de las demás.

 

De niños estamos cargados al cien por cien de esta energía, de este impulso vital. Una criatura que todavía no ha sido demasiado afectada por su entorno está en pleno contacto con su instinto, y si ese instinto no se reprimiera como sucede en nuestra sociedad, nuestro desarrollo hacia la madurez psicológica y emocional, nos llevaría a convertirnos en personas sanas. El problema está en confundir ese impulso agresivo con violencia. Sin embargo, la violencia es consecuencia, precisamente, de haber reprimido nuestra agresividad en las primeras etapas de nuestro desarrollo. La represión de la agresividad se transforma en ira, y esa ira es lo que muy probablemente se convierta en violencia.

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