El déficit de atención no existe (son los padres)

Fotografía de Kawashima Kotori.

En muchos de los talleres que facilito en centros educativos, docentes e incluso pedagogos y orientadores me han expresado que hay una tasa increíblemente elevada de déficit de atención en el alumnado. Esto es algo que también he podido leer en revistas y artículos, y de lo que cada vez se está hablando más y más. Y esta tasa no sólo incluye a adolescentes, sino que abarca a alumnos de primaria, aquellos más pequeños que acaban de aterrizar en el sistema educativo.

Viendo su preocupación y sus ganas de hacer algo al respecto, medio en broma, medio en serio, les pregunto a qué se refieren cuando dicen que hay un déficit de atención. En general, las respuestas suelen ir por estos derroteros: los alumnos están dispersos, se distraen, no atienden, tienen grandes dificultades para dirigir su atención hacia aquello que se les requiere, por no hablar de que a muchos les cuesta mantener el culo pegado a la silla.

Reitero el título de este texto: el déficit de atención no existe. Cuando se habla de cosas serias, y la educación me parece algo sumamente serio, hay que ir al núcleo de la cuestión para descubrir los matices de los que está hecha, si queremos sacar algo en claro. Digo que el déficit de atención no existe porqué atención siempre hay, solo que quizás está dirigida hacia otra parte que no es la que un maestro, maestra, padre o madre, espera que esté puesta. Entonces, me parece más apropiado que empecemos a responsabilizarnos y asumamos lo siguiente: mis alumnos, mis hijos, no prestan atención a lo que yo quiero que se la presten. Y cuando digo que nos responsabilicemos no me refiero a que nos pongamos culposos y creamos que si no prestan atención es porque estamos haciendo algo mal. Esto es algo que viene de lejos.

Pregunto: ¿Cómo podemos llevar la atención allá donde queremos si, apenas llegamos al mundo, padres, madres y adultos en general no hacen más que robárnosla, dirigiéndola hacia aquellos objetos que a ellos les parece? Porqué la cosa va así: estás tú, con toda tu presencia, conectado con tus sentidos, con la vida aquí y ahora, descubriéndote y descubriendo el mundo que te rodea cuando, de pronto, entra tu padre con su "cuchi, cuchi, mira esto que chulo, uy, hace ruido, mira, mira, bip, bip, tac, tac…”. Y a éste le sigue un gran desfile: tu madre, tu abuela, tu tía, el vecino del tercero en el ascensor, la canguro, tu maestra, etc. Y no sólo eso, sino que además, nos llevan a atender únicamente lo racional, es decir, el pensamiento y el lenguaje, dejando totalmente abandonada nuestra experiencia sensorio-motora, las sensaciones que el movimiento produce en el cuerpo físico y la sensibilidad que origina el terreno emocional. ¿Por qué? Porqué vivimos en una sociedad hiperracionalista, que basa su conocer, su hacer y su sentir únicamente en el pensar. Vivimos bajo los influjos del pensamiento cartesiano, cogito ergo sum, pienso, luego existo. Es decir, si no pienso, no existo.

Para poder estar atento necesito el cuerpo entero, necesito todo el organismo que soy, no solo la “cabeza”, no solo la mente. Si quiero dirigir mi atención hacia un objeto concreto (y un objeto, para entendernos, puede ser un pie, una mano, una emoción, un pájaro, el sonido del oleaje, la persona que tengo frente a mí y que me está mirando, hablando, tocando, las letras en las páginas de un libro, etc.), necesito estar en contacto con mis estados cognitivos, porque es a través de estos que conozco lo que me pasa, lo que vivo, lo que siento y cómo me afecta todo ello.

Hay niños y niñas que para conocer el mundo en el que viven necesitan moverse, y algunos necesitan moverse mucho, necesitan acción. Estos niños y niñas son pura motricidad física. Su conocer está dirigido por una de las cuatro emociones básicas, la rabia (que no tiene nada que ver con la agresividad o la violencia). Luego, hay otros niños y niñas que son más observadores, más introvertidas, más preguntones acerca del por qué de las cosas. Estos necesitan analizar primero el entorno, la situación, antes de adentrarse en ella. En este caso, el miedo es el motor de estos niños, no el miedo paralizante, sino las cualidades del miedo que nos permiten analizar el porqué de las cosas y que nos han permitido llegar hasta donde hoy estamos a nivel evolutivo. Luego hay otros que su conocer se basa en las relaciones que van estableciendo con los demás y de cómo se sienten en relación a estos. Las emociones básicas prevalentes en estos últimos son la alegría y la tristeza.

Si tenemos esto en cuenta, entenderemos que la idea de que niños y niñas aprendan del mismo modo, se comporten del mismo modo, sientan lo mismo que sienten otros y lo sientan del mismo modo y entiendan las cosas del mismo modo, es una idea totalmente descabellada y tiene muy poco de real. Si por ejemplo, un niño necesita moverse para descubrirse a sí mismo y descubrir el mundo y los demás, y nosotros, como adultos, nos dedicamos a frenar su movimiento, a reprimirlo, a querer que sea como los niños y niñas que sí saben estar más tiempo quietos, nos estamos cargando su autenticidad. Le estamos diciendo que tal y como es no está bien y que debería ser capaz de ser como Pepito o Pepita. Y así tenemos el mundo que tenemos, lleno de personas esforzándose por ser Pepitos y Pepitas. Lo mismo sucede con aquellos niños y niñas que tienen un carácter más introvertido y se les exige que socialicen como quizás lo hacen otros y otras.

Entonces, ¿qué propones? Me han preguntado algunos docentes. Yo les doy una respuesta que nunca les satisface: no lo sé. Y les digo que no lo sé porqué decirles cómo hacerlo no funcionaría para lo que nos interesa. Lo que hago es invitarles a que emprendan un trabajo para que puedan volver a entrar en contacto con su propia naturaleza. Les invito a que trabajen para recuperar su capacidad propioceptiva, para que puedan sentir de nuevo lo que significa estar vivo en un cuerpo que siente, que emociona, que modula. Este trabajo permite recuperar de nuevo una coherencia en el vivir y el hacer. Y si yo vivo en coherencia con el sentir, en coherencia a mis propios estados, me resultará mucho más sencillo acoplarme a la realidad y a comprender y respetar, no solo con la mente sino con el cuerpo entero, que me relaciono con otros seres vivos que también tienen su modo único de existir y de funcionar.

Vale, ¿significa esto que tenemos que dejar que nuestros alumnos, alumnas, hijos e hijas hagan lo que quieran en casa o en el aula? En absoluto. Sin embargo, nos conviene ampliar nuestra mirada cuando miremos su comportamiento en un lugar u otro, para poder entender que la realidad es un fenómeno mucho más complejo de lo que aparentemente es. Este trabajo que he mencionado, también nos convierte en personas más apreciativas y creativas. Así, cada quien, podrá encontrar soluciones coherentes y acordes a su realidad.

Poco más quiero añadir. Próximamente escribiré profundizando acerca de las cuatro emociones básicas y de este trabajo al que invito sobretodo a padres, madres y docentes. Es un trabajo que aprendí de la mano de Carmen Cordero, que se basa en la biología del conocer de Humberto Maturana y Francisco Varela, y que me parece no solo importante sino necesario llevar a cabo si queremos vivir en un mundo donde todos podamos tener nuestro lugar, donde podamos ser respetados e incluidos, teniendo en cuenta nuestra singularidad y nuestra forma de ser única.

Anterior
Anterior

El perro de arriba y el perro de abajo

Siguiente
Siguiente

Querer no es poder