El perro de arriba y el perro de abajo
En la terapia Gestalt hay un concepto que particularmente me gusta para explicar de qué manera interrumpimos el contacto con nuestra experiencia, con la capacidad de autorregulación y de estar en contacto con la propia necesidad. Este concepto se conoce como el perro de arriba y el perro de abajo.
Fritz Perls decía que en el interior de cada persona co-habitan dos perros, uno que vive en el piso de arriba, y otro que vive en el piso de abajo. El perro de arriba está formado por todos esos introyectos que nos tragamos en la infancia, es decir, todas esas ideas de cómo deberíamos de ser en términos de valores, creencias, actitudes, comportamiento, etc. Para dejar claro lo que es un introyecto, diré que se trata de un mecanismo a través del cual incorporamos (hacemos nuestro) aquello que procede del exterior, del entorno, por ejemplo, de papá, de mamá o de otras personas de referencia. Son “cosas” que nos hemos interiorizado sin ningún tipo de filtro, no es algo que en su momento pudiéramos masticar, saborear y descartar si no iba con nosotros. Como digo, es algo que es tragado sin ningún tipo de discriminación. Ejemplos de introyectos pueden ser los mandatos familiares, esas ideas que flotan en el aire y que dirigen un sistema familiar bajo unos códigos más o menos explícitos: hay que ser fuerte, hay que sacrificarse para las demás, la sexualidad es algo sucio, no confíes en los desconocidos, los ricos son unos hijos de puta, en casa no se llora, sin esfuerzo no hay recompensa, etc.
Siguiendo con los perros, por otro lado tenemos al perro de abajo. El perro de abajo es lo que desarrollamos para contrarrestar al perro de arriba. Es una especie de saboteador cuya misión es boicotear lo que el otro perro ladra desde el primer piso. Si por ejemplo, el perro de arriba ladra "tienes que esforzarte más", el de abajo responde "sí, sí, mañana me pongo". En cierta manera, el perro de abajo se dedica a proclamar intenciones sin cumplir con ninguna de ellas. Podríamos decir que disipa la energía que le viene de arriba. Voy a poner un ejemplo más gráfico:
De pequeña, María aprendió que tenía que ser una buena niña (ese es el introyecto y el mensaje que trae el perro de arriba). En su casa, ser una buena niña significaba estar siempre disponible para los demás, entregarse a los demás sin importar el coste, sin tener en cuenta su propia necesidad. Cuanta más entrega y sacrificio, más buena niña sería. Pero, ¿qué ocurriría si a pesar de esforzarse y sacrificarse, no lograra convertirse en esa buena niña que esperan? Mejor no esforzarse y así no habrá la posibilidad de fracasar y ser una mala niña (este es el mensaje del perro de abajo).
En este ejemplo, se trata de un movimiento circular en el que María va del “para que me quieran tengo que ser buena niña”, al “pero si no consigo ser una buena niña no me querrán”. Es un pulso: si el perro de arriba se sale con la suya, tendremos a una persona que sacrifica sus necesidades orgánicas, afectivas, relacionales, psicológicas, para poder seguir siendo fiel a ese introyecto. Si sucediera a la inversa, y fuera el perro de abajo quien se saliera con la suya, tendríamos a una persona que probablemente vive desdichada, sintiéndose desmerecedora de ser querida. Por supuesto, también desatendiendo sus necesidades. Solo son ejemplos de posibles casos, casos con los que yo personalmente me encuentro a menudo en mi consulta.
Entonces, ¿qué podemos hacer? ¿Conviene dar de comer a ambos perros? ¿Tenemos que aliarnos con uno de ellos y dejar que el otro se muera de hambre? ¿Los llevamos a la perrera? ¿Se los regalamos a alguien que nos cae mal? Desde el modelo que la terapia Gestalt propone, lo que más nos conviene hacer es escucharles a ambos, porqué es escuchándoles como podemos darnos cuenta de cuales son las necesidades desatendidas que hay detrás de cada mensaje. Para ello, es necesario ocupar una tercera posición, una posición que nos permita dejar de identificarnos tanto con uno como con el otro (y advierto que es más fácil de decir que de hacer porque, en general, hay una sobre-identificación con uno de ellos), y desde ahí ir desgranando poco a poco: ¿Para qué quiero realmente esforzarme tanto en ser una buena niña? ¿Quién quería que me esforzara? ¿Quién quería que fuera una buena niña? ¿Para qué me sirve postergar? ¿Hay otras opciones, otras posibilidades para ser y hacer que puedo no estar viendo?
Todo esto, por supuesto, con el acompañamiento de un o una terapeuta con algo de trabajo hecho, ya que uno es ciego a su propia neurosis hasta que no se hace consciente de ella.