Sobre la libertad
No somos libres. De hecho, no podríamos estar más alejados de la libertad, entendiendo la libertad como la voluntad de decidir lo que quiero para mi mismo. Nos lo parece, porqué nos lo han vendido muy bien al dejarnos elegir según qué cosas del mercado: estudios, trabajo, vestimenta, coche, casa. Pero incluso ahí, dudo de que seamos del todo libres.
Es doloroso reconocer –para mí lo fue, y lo sigue siendo en muchas ocasiones– que somos esclavos de nuestras carencias infantiles, y de todo lo que aprendimos, ciegamente, en nuestros primeros años de vida. Porqué en la infancia, ni sabemos, ni escogemos lo que estamos aprendiendo: aprendemos y punto. Sí sabemos distinguir aquello que nos hace bien de aquello que no, pero por encima de esa distinción, que es sana y natural y debería respetarse, poco a poco se instaura lo que en nuestra familia es correcto y lo que no.
Muy pronto dejamos de lado la propia verdad para aceptar la «verdad» de nuestra familia: su sistema de creencias, sus códigos de conducta, sus patrones relacionales, su manera de amar… Aunque suene fuerte, no crecemos en libertad, sino bajo un régimen dictatorial. Y como lo que aprendemos va a misa, nos vamos a pasar la vida repitiendo esos patrones, posiblemente embarcándonos en relaciones de dependencia en las que vamos a recrear el escenario infantil: si por ejemplo tuve un padre indiferente, me buscaré hombres que se muestren indiferentes; si tuve una madre incapaz de sostenerse, abatida, buscaré mujeres a las que salvar. Y como esto, infinitas conjugaciones. Por supuesto, esto se va a dar de manera inconscientemente.
La pregunta es: ¿podemos ser libres? Para mí la respuesta es: sí, en cierta medida. No obstante, esta cierta medida, nos va a llevar su trabajo, un trabajo que tendrá que sostenerse en el tiempo. ¿Cómo? Al igual que todos los caminos llevan a Roma, todos los caminos también pueden llevarnos a nosotros mismos. Si los caminamos con consciencia, claro. Nos conviene prestar atención a lo que hacemos, cómo lo hacemos y para qué lo hacemos. Esto nos permitirá conocernos en mayor profundidad.
Conocerme, saber cómo soy, me lleva a descubrir cuáles son mis verdaderas necesidades, y no me refiero a las necesidades fisiológicas, sino sobretodo a las necesidades afectivas y relacionales. Me permite escoger de manera consciente aquello que sí me hace bien, y a decir no a aquello que me lastima. Es decir, me permite respetarme, cuidarme y quererme. Y esto, a su vez, me permite respetar, cuidar y querer a los demás, de manera sana.