Ser feliz
Imagen de Luca Boni.
Cada vez que escucho a alguien decir "yo solo quiero ser feliz", se me aparece la cómica imagen de alguien persiguiendo una zanahoria atada ante sus narices sin que pueda reparar en aquello que está sucediendo a su alrededor, o en su interior.
La búsqueda de la felicidad, como una máxima, nos aleja del momento presente, de lo que sentimos, de las sensaciones, de lo que tiene lugar en el cuerpo que somos, nos aleja de quien tenemos al lado y, sobretodo, nos aleja de lo obvio de la realidad, si queremos.
Ser feliz no tiene que ver con perseguir tus sueños o tu yo ideal –algo a lo que no paran de invitarnos los pseudoexpertos en las redes. La felicidad implica soltar la pretensión de que la propia realidad sea distinta a como es. Es aflojarle las riendas a ese deseo, que en el fondo, no tiene tanto que ver con el adulto que somos hoy sino con el niño o la niña que fuimos.
No digo que haya que dejar de ir a por lo que uno quiere, sino averiguar al servicio de qué, o de quién, está esa búsqueda. Porque en general, lo que se evidencia es la gran dificultad que tenemos para estar con lo difícil, lo incómodo o lo doloroso de nuestra existencia, y de estar presentes en el aquí y ahora de la situación.
Además, la felicidad se busca como un estado en el que poder quedarnos para siempre, como si fuera posible montarse el chiringuito y quedarse ahí hasta el fin de los tiempos. Y no. Nada de eso. Porque nada relativo al ser humano es permanente.
Traigo el caso de una mujer. En un inicio, acudía para resolver un conflicto con su hija: "yo solo quiero que sea feliz", repetía cuando nombraba la actitud confrontativa de la hija. No trabajo con menores en individual, pero acepté ver a esta chica de quince años. Recuerdo sus palabras, pronunciadas con firmeza y aplomo, cuando le pregunté qué le pasaba a ella con ese deseo de su madre: "yo solo quiero que me deje estar mal si las cosas no me salen bien de vez en cuando".
Y ahí estaba otra "niña", poniendo de relieve la incoherencia con la que los adultos construimos y sostenemos esta sociedad enfermiza, a la que arrastramos a los niños sin apenas reflexionar si no será que hay algo que necesitamos revisar colectivamente.