Proyecciones

Eres insoportable y al mismo tiempo no puedo hacer otra cosa que amarte. En esta frase, que habré escuchado en numerosas ocasiones con distintas variaciones, hay algo clave de lo que sucede en una relación.

Refleja dos cosas principalmente: (1) que sentimos una atracción irremediable hacia aquello que admiramos en el otro y que no sabemos ver en uno mismo (pongo en ti la valentía, la constancia, la dulzura que no sé ver en mí) y, (2) que no podemos soportar del otro aquello que no queremos reconocer en nosotros (pongo en ti la arrogancia porque me niego a aceptar que yo también lo soy).

Esto sucede mucho en la relación de pareja, pero no solo en ella. Trabajé con un hombre que se quejaba de su hermano constantemente. Le pregunté de qué le juzgaba y, al cabo de un tiempo de no querer enterarse, finalmente dijo: "¡pues que es un egoísta de mierda!". La imagen que él tenía de sí mismo era la de alguien altruista, generoso, que hace las cosas por amor al otro. Lo que no quería ver era que en su hacer para los demás estaba buscando siempre una retribución, es decir, que estaba siendo egoísta.

En el campo de la psicoterapia a esto se le llama proyectar. Obedece a un mecanismo defensivo a través del cual nos identificamos con aquello que garantiza la conservación de la imagen que tenemos de nosotros mismos y a partir de la cual esperamos ser vistos y amados, es decir, que garantiza nuestra supervivencia, al tiempo que rechazamos lo que la pondría en riesgo.

Este mecanismo es, y ha sido a lo largo de la historia de la humanidad, una de las principales fuentes de todos los conflictos. Lo podemos ver en nuestras relaciones cotidianas (parejas culpándose el uno al otro, hijos criticando a sus padres y madres, hermanos y amigos en disputa) y también en los conflictos a gran escala, hoy, en la guerra entre Palestina e Israel, Rusia y Ucrania, los partidos de derechas y los de izquierdas, los buenos y los malos, etc.

Hasta que no decidamos reconocernos en los ojos y la piel del otro, así perdurarán las cosas. Y el camino no es fácil, porque es el camino de la renuncia a tener la razón.

Al respecto, recomiendo leer el libro de Stefan Zweig, Los ojos del hermano eterno.

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