¿Existe el hombre feminista?

Ilustración de Rokas Aleliunas.

No hace mucho, a pesar de mi gran reticencia, me decidí a ver Machos Alfa, esta serie española en que cuatro amigos deciden deconstruir su masculinidad. En la actualidad se está hablando mucho de deconstrucción masculina, pero, ¿se puede deconstruir algo que forma parte de la estructura que sostiene el ser vivo que somos? ¿Podría ser que estuviéramos confundiendo masculinidad con alguna otra cosa?

Esta es la sinopsis de Machos Alfa en Filmaffinity:

La abolición del patriarcado se acerca. En plena crisis de la masculinidad, cuatro amigos cuarentones están perdiendo su trono, privilegios e identidad. Años atrás habrían sido machos alfa al mando de sus relaciones, su trabajo y su vida... pero les ha tocado vivir en la era de la igualdad, en una sociedad con nuevas reglas que los golpea exponiendo su patetismo.

Es decir, estos cuatro amigos quieren deconstruirse para poder mantener el status quo que el sistema actual les ofrece. Hombres como estos los hay fuera de las pantallas. Luego, también podemos encontrar otros hombres que se han propuesto dejar el patriarcado de lado para adoptar unas ideas feministas, principalmente debido a que su entorno, el contexto en el que viven, les dice que el modelo del que venimos está obsoleto y tienen que cambiar. Y la manera de hacerlo no es otra que deconstruyendo su masculinidad. Lo irónico es que muchos –al igual que algún personaje de la serie–, cuanto más se esfuerzan por deconstruirse, más atrapados se ven por las ideas, las conductas y el modelo patriarcal. Esto nos lleva a un punto central de lo que estamos viviendo: muchos hombres que pretenden cambiar no logran hacerlo, por mucho que se lo propongan, por mucho que lo deseen, por mucho que se esfuercen, por mucho que hagan cursos de deconstrucción masculina.

Más allá de los gustos personales televisivos de cada quien, creo que la serie ilustra bastante bien lo que muchos hombres (y también mujeres), está viviendo hoy día: mucha presión, mucho miedo, mucha frustración, mucho enfado y una grandísima confusión y desorientación existencial. Y todo ello está relacionado con la idea de que queremos un cambio, y lo queremos urgentemente.

¿Hacia dónde estamos yendo como sociedad? Unos dirán que a la mierda –y viendo por donde van los tiros, podría ser que tuvieran razón–, no obstante, desde hace relativamente pocos años atrás, distintos movimientos aparecieron con la pretensión de cambiar el rumbo de esta sociedad capitalista y patriarcal hacia lugares más inclusivos e igualitarios en cuanto a derechos sociales.

De entre estos movimientos surge el feminismo, un movimiento político, social, académico, económico y cultural, que busca crear conciencia y condiciones para transformar las relaciones sociales, lograr la igualdad entre las personas, y eliminar cualquier forma de discriminación o violencia contra las mujeres. ¿Cómo pretende generar estos cambios el feminismo? Podemos encontrar distintas maneras, desde reformar las leyes que conforman el sistema del que venimos, hasta charlas, conferencias y cursos –algunos, de la susodicha deconstrucción masculina. ¿Cuáles son las previsiones de que esto tenga éxito, midiendo el éxito aquí como algo que pueda ser sostenido en el tiempo? Desgraciadamente, son bajas. Solo hay que mirar los noticieros para ver que en muchos lugares del mundo las tasas de abusos, las violaciones y los asesinatos a mujeres han ido en aumento. Pero, ¿cómo puede ser con todo el trabajo que se está llevando a cabo? Pongo el reciente caso de Iñigo Errejón para explicarlo:

Errejón es un tipo joven, de cuarenta años, que según la autobiografía que tiene en su página web su padre y su madre le educaron con unos valores que defienden la justicia social, un tipo que ha militado en movimientos y partidos políticos de izquierdas, que se ha manifestado ante miles de personas para defender los derechos de las mujeres, que en el programa político del partido en el que estaba incluía reformar leyes para lograr una igualdad de género, que se ha declarado en contra del maltrato a la mujer, que ha denunciado violaciones, abusos, maltratos y otros crímenes contra las mujeres. ¿Cómo es posible que un tipo así haya agredido sexualmente a una mujer, que sepamos? La respuesta está en que nadie escapa al contexto social y cultural en el que está inmerso.

Llevamos muchos, muchos, muchos años viviendo en una cultura patriarcal y, lo queramos o no, nos guste o no, el patriarcado late en el interior de cada uno y cada una. Ahora me viene a la mente una de las tantas manifestaciones a las que he asistido, en la que escuché a grito pelado "el patriarcado me da patriarcadas". No sé quien fue el o la artífice de la frase ni si reflexionó sobre ella o no, pero me pareció muy acertada: si da (patri)arcadas es porque lo llevamos dentro. En fin, lo que iba diciendo: Errejón ha nacido y se ha criado en un sistema patriarcal, igual que su padre y su madre e igual que los padres de estos, etc. Por mucho que le educaran con valores, digamos, feministas, nada le ha salvado de la influencia de una cultura patriarcal, machista y misógina.

Además, al igual que Errejón, muchas personas, la mayoría, ponemos lo patriarcal allá fuera, lejos, como si la cosa no fuera con nosotras. Se trata de una proyección en toda regla: pongo allá fuera lo que no quiero ver aquí dentro, en mí. Porque, ¿quien se atreve a decir, en pleno siglo XXI, que sí, que aunque no lo quiera, tiene pensamientos machistas o misóginos de vez en cuando? Y si ya resulta difícil sostener ciertos impulsos conscientes, sostener los impulsos de aquello que yace en nuestro inconsciente resulta completamente imposible. ¿Cuántas veces no se engancha uno, una, con esas ideas? Por supuesto, hay quienes van más allá de las ideas y llegan a los actos.

Creo que es muy importante aclarar algunas ideas si realmente queremos generar un cambio en la sociedad en la que vivimos y de la cual formamos parte. Lo primero, es entender que lo patriarcal no es un exceso de masculinidad y que, por tanto, lo de la deconstrucción masculina es una patraña que se le ha ocurrido a algún, alguna iluminado/a. Para entender las sociedades patriarcales tenemos que remontarnos muchos miles de años atrás y situarnos en un mundo donde la humanidad tuvo que abrirse paso a través de unas circunstancias totalmente desfavorables para la supervivencia. Hubo un momento de nuestra historia en que la necesidad de alimento y cobijo eran tan primordiales, debido a una gran escasez, que rasgos como la ternura, el afecto, el cuidado y la compasión quedaron relegados en un plano muy lejano. Con ellos, lo colectivo, el concepto de “nosotros”, se fue diluyendo, dando paso un Yo hambriento, donde lo ”mío” era lo prioritario. En ese momento surge lo que hoy conocemos como ego. Y ahí está el exceso, en ese ego al que nada le es suficiente. El afecto, la ternura, el cuidado, son rasgos que tienen que ver con lo femenino. Y lo femenino no es solamente relativo a la mujer, lo femenino está en todos los sexos, igual que lo masculino. Así, lo que hay es una falta de integración, a veces de lo femenino, a veces de lo masculino, en uno mismo, una misma, y por tanto una falta de integración en nuestra sociedad –ya que la sociedad es una representación de los individuos que la componemos.

¿Qué necesitamos para transformar esta sociedad en la que impera el rechazo a lo femenino (y ahora también a lo masculino) en una sociedad inclusiva, compasiva y respetuosa con sus individuos, si ya hemos comprobado que tanto las ideas, la voluntad y las buenas intenciones no son suficiente? Para entendernos, estamos hablando de que lo que queremos hacer es llevar a cabo un cambio conductual, es decir, queremos cambiar la manera en cómo hacemos las cosas, y eso tiene que ver con nuestra conducta. Semejante cambio solo puede desarrollarse y sostenerse desde y con el cuerpo, porqué en el cuerpo es donde está la experiencia. Por eso, pretender que la sociedad cambie a partir de reformar leyes o llevar el feminismo al aula de las escuelas es necesario, pero no suficiente.

Hoy día, toda nuestra atención está tomada por la razón, por el pensamiento, por el mundo de las ideas, las interpretaciones y las descripciones intelectuales. Un cambio conductual no se genera desde las ideas; se genera recuperando la capacidad de llevar de nuevo la atención al cuerpo, es decir, más allá de la razón. Como he dicho, el cuerpo es donde tiene lugar la experiencia, es donde la vida sucede, es donde emerge la conducta, la manera de ser y de hacer.

Así que sin una atención al cuerpo y sus estados cognitivos no me entero de nada de lo que me sucede, de como me sienta aquello que vivo, aquello que hago. Desde la razón, puedo contarme y venderme la moto que quiera, como por ejemplo que ahora soy feminista, que me he deshecho del patriarcado, que ya estoy libre de toda la porquería machista, misógina, sexista, etc., pero el cuerpo no miente y la conducta es la que es. En definitiva, de lo que opino que se trata es de recuperar la coherencia en el vivir, la coherencia que me permite actuar acorde a la necesidad que emerge ante la situación que se está dando, la coherencia que me permite ver cuándo mis acciones producen sufrimiento en otros seres o incluso en el ecosistema del que todos y todas formamos parte y gracias al cual estamos vivos y vivas.

Qué propongo como vía de trabajo para llevar a cabo este cambio, y no solo que cambie, sino que el cambio pueda ser sostenido por el organismo que somos: me parece sumamente necesario realizar un proceso terapéutico, de revisión de uno mismo, de atender asuntos inconclusos que podemos no estar atendiendo como correspondería, de hacer consciente lo inconsciente. La gente va a terapia un tiempo, esperando que ese tiempo sea el suficiente para convertirse en una persona sana y sin problemas. Sin embargo, para mí, el proceso terapéutico tiene que ser de por vida, ya que mientras viva, me pasarán cosas, y eso que me pasa tiene un efecto, en mí, y en las demás personas con las que me relaciono.

La metodología del proceso puede ser distinta y variada, sin embargo, opino que tiene que incluir como base del trabajo la atención al cuerpo, eso es, recuperar nuestra capacidad propioceptiva, la capacidad de sentirnos, de sentir lo que sentimos, de sentir la vida en el cuerpo. Tiene que ser una metodología que "burle" nuestros mecanismo neuróticos, que son una defensa que utilizamos para defendernos, escondernos o luchar contra el dolor que llevamos dentro y que rotundamente nos negamos a sentir. Pero, tras ese dolor es donde se encuentra nuestra capacidad de amar y de tratarnos de manera compasiva y respetuosa, y por eso nos interesa acercarnos a él. Yo recomiendo el Método de Integración Cognitivo Corporal. Lo aprendí con Carmen Cordero, que fue quien lo desarrolló junto con otros expertos. Podéis encontrar más información sobre ella y el método en la página web del instituto que tiene en Vitacura, Chile (www.cognitivocorporal.cl). También podéis apuntaros a su formación, hacer algún residencial con ella, o veniros al taller de tres días que estoy organizando para este invierno en Menorca.

Por último, no quiero dejar sin responder la pregunta que da título a este artículo: el hombre feminista no puede existir si no hay un trabajo previo para ver de qué manera el machismo, la misoginia y lo patriarcal en definitiva, operan en él. El patriarcado no es un hechizo del que uno se pueda exorcizar. Hay que entenderlo como una parte constituyente de la persona que somos. A mi vecino no le gusta ser moreno y se tiñe de rubio, pero por mucho que se tiña de rubio, o de lila, siempre será moreno. ¿Me explico? No me gusta el patriarcado, pero sé que forma parte de mí, así que me preocupo y ocupo de hacerme consciente de cómo se hace presente en mi conducta, y de hacerme cargo, de responsabilizarme de ello. Y ya para cerrar del todo, dos cosas: la primera, es que hay mujeres que creen que el patriarcado, el machismo, la misoginia no forman parte de ellas por el simple hecho de ser mujer. Nada más alejado de la realidad. Lo patriarcal no hace distinciones a la hora de entrar en nuestra psique. Y creo que es importante mencionarlo para comprender que el camino hacia una sociedad inclusiva lo tenemos que hacer juntos, hombres y mujeres. Lo segundo es la recomendación del libro La Caída, de Steve Taylor. Se trata de un análisis antropo-psicológico de cómo la especie humana desarrolló un ego y cómo este es el origen de las sociedades patriarcales que existen hoy día. Al contrario de lo que pudiera parecer, es una lectura muy amena y que a mí personalmente me cautivó desde sus primeras páginas.

Siguiente
Siguiente

El perro de arriba y el perro de abajo