El veneno de los padres
¿Cómo puedo aceptarme tal y como soy si nunca he experimentado el sentimiento de ser acogido en mi totalidad, si nunca he experimentado un amor que no me exigiera nada a cambio, ningún comportamiento, ninguna compensación? Porque en la infancia lo percibimos así: "para que me quieran tengo que hacer algo". Y aprovecho para denunciar esta idea de que los padres y las madres amamos incondicionalmente a nuestros hijos. Hellinger lo decía muy claro: «son los hijos quienes aman incondicionalmente a sus padres, no al revés».
Los padres y las madres sometemos a nuestros hijos a una exigencia brutal para que sean, hagan y se comporten de la manera en que a nosotros nos parezca bien. En cambio, los hijos, estamos dispuestos a cualquier cosa, incluso a sacrificarnos, para no perder el amor de nuestros padres –aunque ese amor sea pésimo en algunos casos. El amor de los padres lleva consigo cierta cantidad de veneno, y parte del trabajo para recuperar la libertad de ser, de escogerse a uno mismo, pasa por preguntarse qué veneno era.
Aceptar es dejar de estar en guerra. Aunque no lo veamos, en nuestro interior se está librando una batalla entre distintas partes: la parte fuerte está en guerra con la débil, la parte exigente con la holgazana, la responsable con la despreocupada, la agresiva con la tierna, la soberbia con la humilde... Si nos fijamos, vemos que se trata de un juego de polaridades, y si nos fijamos en nuestra conducta, veremos como en general nos ubicamos únicamente en uno de los polos. Así, si me sitúo en el polo del miedo, no me reconoceré como valiente, y me sentiré muy poco capaz de lograr lo que me proponga. Pero no es que no sea valiente, sino que no se apropiarme de mi valentía, porque no visito el otro polo.
No se trata de intentar cambiar lo que somos, sino de integrar todo lo que somos. Para ello, hay que apropiarse de todas estas partes transformando la disputa en diálogo: ¿qué necesita la orgullosa, y la exigente, y la melancólica..? Esto es necesario para que se escuchen, para que se vean, se reconozcan, y puedan dejar las armas para convertirse en compañeras y aliadas. Solo así, opino, lograremos esa sensación de completitud que tanto anhelamos.