Promesas en la pareja
La promesa, en una relación de pareja, es una venganza para restablecer algún daño sufrido en el pasado: "como me sentí abandonado, quiero que me prometas amor eterno, que nunca me dejes, que no me abandones". Las promesas y los juramentos nunca me han parecido un buen augurio para las relaciones, ya no solo de pareja, sino también para otros formatos, como por ejemplo la relación que establecemos con un puesto de trabajo en el que firmamos unas condiciones creyendo que siempre podremos cumplir con ellas.
Nos empeñamos en que lo sean, pero las relaciones no son fijas. Las relaciones son movimiento, interacción, intercambio, de muchas cosas, y eso es lo que las hace cambiantes, porque lo que vivo me afecta, me modula, me transforma. De este modo, hoy no soy el mismo que ayer y mañana no seré el mismo que hoy. No dejar espacio para ser lo que vamos siendo nos quita ese poquito de libertad que necesitamos para movernos hacia nuevos lugares, lugares desconocidos que a menudo necesitamos visitar para crecer, desarrollarnos y madurar, y que en muchas ocasiones necesitamos para seguir construyendo un "nosotros".
Pero cuidado, promesa no es lo mismo que compromiso. Uno puede comprometerse con algo o alguien sin la necesidad de estar haciendo promesas. En la pareja, un compromiso que me parece interesante es el de ir revisando cómo nos afecta el compromiso que tenemos. Esto es necesario para ver cuánta libertad nos damos en este compromiso para ser quien somos, así como para saber a qué aspectos estamos dispuestos a renunciar, qué estamos dispuestos a perder en favor de aquello que nos aporta la relación. Porque esa es otra: una pareja compuesta por personas que solo quieren ganar, poco camino recorrerán juntas.
En definitiva: que el compromiso sea renovable y podamos ir actualizando siempre que sea necesario.