¿Hay belleza en el dolor?

Imagen de Maria Gavrysh.

Ya son varios posts en los que leo a alguien proclamar que hay belleza en el dolor.

Hará unos quince años, cuando se despertó mi curiosidad hacia filosofías con un cariz, digamos, espirituales, como el Zen o el Tao, también me encontré con esta idea de que hay belleza en el dolor. Sin embargo, para mí, no tenía demasiado sentido. Y tampoco lo tenía para muchas de las personas con las que se lo compartía.

¿Cómo decirle a alguien que está pasando por una situación tan difícil, como pueda ser quedarse en la calle, o perder a un ser querido, o que las pasa canutas para llegar a final de mes, que hay belleza en ese dolor que experimentan? ¿O decírselo a una mujer que está pariendo y le duele porqué se está abriendo en canal? En todo caso habrá belleza en dar a luz y traer una criatura al mundo, ¿pero la hay en el dolor que está sintiendo?

Después de quince años sigo opinando lo mismo: me parece poco adecuado decir que hay belleza en el dolor. No obstante, con el tiempo (y con mucha terapia, entre otras cosas), me he dado cuenta de algo que me parece importante mencionar al respecto; si en vez de huir del dolor y rechazarlo, nos dejamos adolecer, aparece una coherencia en el vivir que transforma la manera en que experimentamos el dolor.

Porqué sentir dolor, cuando aparece, es congruente. Esa congruencia –nada fácil de lograr en los tiempos que vivimos hoy–, se traduce en un vivir en armonía con el ser vivo que somos. Y esa congruencia, nos pone en contacto con la propia naturaleza y con nuestra necesidad organísmica.

Así, para mí, aunque me parece interesante empezar a mirar el dolor de otro modo al que lo hacemos habitualmente, la verdadera belleza no está tanto en el dolor, como dicen, sino en esa armonía que surge de vivir en coherencia con aquello que sentimos.

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Terapia y tejido social